Las Hijas del Oratorio: un ejemplo permanente de lo maravilloso que es educar desde el amor

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Volver al colegio es siempre volver a casa. Ésa es la sensación cada vez que cruzo su umbral  y me reencuentro con mi historia docente transcurrida durante tantos años en esas aulas queridas y entrañables. Y entonces recuerdo…

Fue un día de marzo de 1972 cuando las puertas de esa casa se abrieron para recibirme por primera vez y hacerme partícipe de un sueño que se  hacía realidad. Un grupo de Hermanas Hijas del Oratorio había  llegado de la Italia natal para fundar un colegio en un barrio humilde de Caseros, en la Argentina lejana.

Así fue como las conocí, y en ese abrazo cálido y maternal con que me acogieron, sentí la bienvenida a una experiencia que confirmó mi profunda vocación docente. El desafío era grande pero ellas fueron mi guía y un ejemplo permanente de lo maravilloso que es educar desde el amor.

Enérgicas, decididas, trabajadoras incansables, cada una en su tarea, con un compromiso de entrega al prójimo conmovedor, desafiaron los obstáculos en aquellos tiempos difíciles, embuídas de un espíritu de alegría y confianza admirables.

Ellas fueron la protección y la ternura para muchos niños humildes que llegaron al colegio con sus historias tristes de desamparo. Allí estaban siempre presentes para contenerlos y hacerles sentir que eran merecedores de un destino mejor. No sólo les brindaban educación sino que también los hacían concurrir al comedor del colegio para que tuvieran el alimento que muchas veces faltaba en sus hogares. Muchísimos niños crecieron y se educaron al amparo de los valores cristianos que ellas convertían en acción.

Aquellas Hermanas hicieron del Colegio Padre Vicente Grossi una verdadera obra de amor que hoy continúa con la guía de otras hermanas inspiradas en los mismos ideales.

La tarea era mucha y las manos y voluntades se multiplicaban en bien del prójimo.

Su misión se extendió también al barrio adonde llevaron la palabra de DIOS y el consuelo a los más necesitados.

Y así, las religiosas que habían llegado de Italia con el propósito de fundar un colegio y enseñar a niños , recibieron el respeto y el reconocimiento de la comunidad de la que ya eran parte.

Por todo eso y mucho más, las recuerdo con mucho cariño y siento una profunda gratitud hacia ellas. Cada una dejó una huella imborrable en mi vida.

Sor VICTORIA LIGABUE,  Hna. JOSEFINA GNOCCHI, Hna. CARMELA, Hna. ANA, Hna. GEMMA FERRARI , Hna. GRACIA QUARANTA , HNA. RINA, Hna. CARLA TRABALLI , y  todas las que continuaron con tanto amor y empeño la tarea iniciada por las fundadoras… GRACIAS!!!

¡Siempre en mi corazón!                     

                                                                                        Graciela Otero

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