Quítate las sandalias de los pies,

porque el lugar donde estás parado es tierra santa.

(Esodo 3,5)

La primera vez que pise tierra ecuatoriana fue en el año 2000! En agosto de ese año, con  un grupo de jóvenes de Cernusco sul Naviglio, compartimos un mes de misión como conclusión del itinerario de formación espiritual.

Desde ese momento siempre he hablado del Ecuador, como de mi «tierra santa», es decir como del lugar en el que Moisés fue invitado a quitarse las sandalias porque estaba delante de Dios y delante al misterio de la vida.

En el 2007 fui enviada al Ecuador, a nuestra comunidad de Carcelén-Quito donde estuve 4 años un tiempo breve pero suficiente para poder confirmar en mí la percepción de encontrarme en territorio sagrado. Tres palabras pueden resumir esos años y ese momento de mi vida religiosa: CERCANIA, PEQUEÑEZ Y MARAVILLA

La primera palabra es CERCANIA: aprendí que el evangelio pasa a través del estar al lado, del compartir; la fe es como el fuego, no se puede quedar encerrada, busca siempre de salir. La gente, la misma tierra, la vida de todos los días eran para mí y para la comunidad, una provocación constante a salir, a permanecer abiertos al otro, a su historia, a su ser diferente, a dejarse tocar y cuestionar por la “carne” del hermano.

La segunda palabra es PEQUEÑEZ. He aprendido  que el estilo del Reino es el estilo del insignificante. Una de las tentaciones para quien llega a la «misión» es aquella de hacer muchas cosas, de llevar la novedad, siempre en función del bien sin darse cuenta que la Buena Noticia pasa por los gestos más simples, normales, ordinarios según el estilo del Maestro en Nazareth. Una pequeñez como la de perder tiempo en la escucha, en el acompañar aceptando el ritmo del otro con respeto y delicadeza.

La tercera palabra es MERAVIGLIA. He aprendido a reconocer, con asombro inmenso, como la Buena noticia se abre camino en la vida de las personas, y que yo soy sólo un instrumento, porque el evangelio encuentra por si mismo, el momento, el donde, el cómo y el cuándo llegar al corazón de la gente.

Cercanía, Pequeñez y Maravilla me permitieron entender que la misión es saber ir encuentro al otro con los pies descalzos, sin pretensiones y expectativas, despojada y vulnerable.

El tiempo transcurrido en misión me ayudo a profundizar y a vivir la vocación de Hija del Oratorio según un estilo de simplicidad, de humildad y de alegría como modo especifico de «estar» con la gente y en particular con los jóvenes.

Hermana Roxana Castro