Estar con los jóvenes: preguntas antes que respuestas

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«La juventud de hoy ama el lujo. Es mal educada,

desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores,

y chismea mientras debería trabajar.

Los jóvenes ya no se ponen de pie cuando los mayores entran al cuarto.

Contradicen a sus padres, fanfarronean en la sociedad,

devoran en la mesa los postres, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros».

Es más que obvia esta descripción de la juventud. Lo que no es para nada obvio es que este texto no pertenece a ningún diario o revista de esta semana o a ningún Congreso o Conferencia del 2018. Estas palabras son de Socrates y tienen más de 2500 años! Nos dejan entender que la juventud se concibe desde siempre como algo que incomoda, que desafía las reglas y que provoca.

Los jóvenes por naturaleza son transgresores. Y transgredir quiere decir literalmente «ir más allá».

Creo que los jóvenes necesitan ser considerados a partir de esta definición: ellos quieren adultos y compañeros de camino capaces di «ir  más allá».

Mi experiencia pastoral en el conurbano, en esta periferia del oeste de Buenos Aires, me confirma todos los días que los jóvenes no necesitan recetas, enunciados, quieren desesperadamente que alguien recoja su provocación, la mayoría de las veces no verbalizada: que alguien escuche sus «preguntas» y haga surgir otras. Como religiosa comprometida en acompañar a los jóvenes, me doy cuenta que hoy la juventud pide tiempo, espacio, dedicación, paciencia y gratuidad… los chicos viven en el mundo del todo «ya y ahora» y en el universo del «uso-desecho». Este sistema crea un contexto de precariedad y fragilidad que no permite mostrar la vulnerabilidad  y entonces todos se refugian en la apariencia y en el esconder lo que realmente se es. Este estilo de vida provoca hambre de autenticidad, de 

espacios donde cada uno puede ser si mismo, sin ser juzgado o etiquetado.

Me atrevo a imaginar que si las Hijas del Oratorio queremos no solo continuar sino avanzar en el servicio de los jóvenes, es urgente repensar la modalidad de nuestra presencia, ya no más vinculada y a veces condicionada por la estructura. Los tiempos en los cuales los jóvenes los teníamos en nuestros espacios, se terminaron. Ahora es el tiempo de ir, de aceptar el desafío de moverse, de salir. Es urgente también repensar el estilo, es decir: no tener miedo de la propia fragilidad, y ser capaces de mostrarnos humanos, cercanos, próximos. Y por último creo que es fundamental aprender a trabajar «con» favoreciendo la colaboración con todos aquellos que se ocupan de los jóvenes brindar nuestro servicio en el territorio, dispuestas al trabajo en equipo, en el cual se cruzan las distintas miradas sobre los jóvenes para poder acompañarlos de verdad.

En estos años de trabajo pastoral me han hecho ver que no alcanza decir una «buena palabra», ni ser «la amiga» estos tiempos piden personas preparadas, informadas que sean capaces de dar «razón» de sus opciones, que no se conforman de  respuestas superficiales, que se abren a decir el evangelio y sus motivaciones con claridad y fundamento.

Pensando a los chicos y chicas con los cuales estoy todos los días «codo a codo» me viene en mente el texto de los discípulos de Emaús: la actitud que hay que cultivar y tener con ellos  es la del Maestro que sabe hacer preguntas, las correctas, esas que tocan el corazón, esas que nos cuestionan, que nos dejan pensando. Creo que este es el desafío del futuro: adultos que sepan hacer «preguntas»: y esto significa hacer posible que los jóvenes que encontramos se vayan con una pregunta en el corazón y en la cabeza. El futuro es aprender a ser transgresores según el evangelio, capaces de ir más allá de las apariencias, más allá de los prejuicios, más allá de la cáscara, en total gratuidad; para que al final suceda  el encuentro «face to face» con la buena noticia, que es solo Jesús.

Hna Roxana Castro

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